“En realidad quiero verte, realmente quiero estar contigo, realmente quiero verte, señor, pero lleva tanto tiempo, mi señor.”
(“Mi Dulce Señor”, George Harrison)
¡MI CREDO!
Los seres humanos tenemos la necesidad innata de creer, usualmente lo hacemos en un ser supremo. Siempre he sabido que creer es un acto de fe y para las personas es básico tener ese pensamiento místico o mágico en el cual, siempre contemos como una presencia divina en nuestra existencia.
No sabemos ni de dónde venimos ni a dónde iremos después de nuestra vida; no obstante, anhelamos que haya un lugar mejor en el cual nos encontremos con la gente amada.
Si en algo hay consenso es en que somos seres de energía, razón por lo que es lógico suponer que siempre lo seremos y en ese entendido, siempre tendremos la capacidad de generar una acción o actividad y como consecuencia de ello, un cambio.
No faltarán los científicos que señalen que los seres humanos estamos conectados con el flujo vital que trasciende el límite corporal, emocional y racional y esa vitalidad que surge de nosotros está conectada con la energía del universo; no obstante, para los efectos de esta columna, sólo rescatemos que somos energía.
En este contexto, sabemos que el creer da orden al caos, da un sentido a nuestras vidas, regula las emociones, controla la ansiedad e integra voluntades.
Dentro de los diversos círculos en que me muevo, ya sea por temas personales o profesionales, casi todos están integrados en mayor o menor medida por gente de fe; las cuales, si bien usualmente son agradecidas, tienden a ser más cercanas a su deidad cuando tienen alguna necesidad.
Atendiendo a ello, han surgido diversos tipos de religiones a lo largo del tiempo, junto con reglas y principios que legitiman a cada una.
Resulta obvio pensar que, junto con los creyentes, han surgido los ateos y agnósticos, los primeros rechazan la existencia de deidad alguna y los segundos, no acaban de creer, pero tampoco niegan su existencia.
En fin, en un mundo en el que caben todas las creencias y posiciones ideológicas, negar una existencia mística pudiera llevarnos a un vacío, por lo que siempre valdrá la pena tener cuando menos un atisbo de fe para aquellas acciones o realidades que nos superan. ¿Te parece?
SIMPLEMENTE … ¡CONGRUENCIA!
Era común que en casa cuando éramos niños, ya fuera por flojera o aburrimiento, todos nos manifestáramos ateos cuando se trataba de rezar o acudir a algún evento eclesiástico; no obstante, cambiábamos inmediatamente nuestra opinión cuando sabíamos de alguna recompensa o distracción que nos agradara.
¡Qué decir en los exámenes escolares! … No había lugar a escepticismo o negación, ya que invocábamos con mayor fervor a cualquier santo, virgen o deidad para que nos ayudarán a conseguir el resultado esperado.
De hecho, los profesores siempre comentaban que no había mayor feligrés que el que se presentaba a una prueba de conocimientos invocando un milagro que aliviara su ignorancia u obviara sus defectos.
Y por curioso que esto parezca, normalmente nos comportábamos así.
Por excepción, las personas conforme crecemos nos olvidamos de rezar, orar o asistir a los templos; en cuanto a los sacramentos u actos que debemos cumplir, esto lo hacemos si nos son cómodos o bien, no nos implican alguna privación o conducta que se oponga a nuestras actividades.
Hay quienes dicen que cumplen con tales o cuales deberes, con el propósito de ser ejemplo de sus hijos; no obstante, en privado no siempre son congruentes.
Ni hablar de la expresión “comen santos y cagan diablos”, la cual, con picardía, expresa de manera puntillosa, irónica y certera la hipocresía de algunos respecto de la discrepancia entre sus dichos con sus hechos.
En ese tenor, también es válido recordar la expresión bíblica de “sepulcros blanqueados” que utiliza Jesús en el Evangelio de San Mateo al comparar éstos con los fariseos, refiriéndose a que son relucientes por fuera, pero llenos de podredumbre por dentro.
En fin, conforme crecemos nos damos cuenta de la dificultad que implica la congruencia y del grado de compromiso que requiere vivir conforme a nuestras convicciones.
La correlación entre lo que somos con lo que decimos es una muestra de la dignidad con que vivimos … ¡qué gran compromiso! … ¿no crees?
¡UNA PLEGARIA!
Asumiendo que somos personas de fe de mediano cumplimiento, sabemos que todo esfuerzo tiene su recompensa y, en ese sentido, si nos desempeñamos en la virtud, muy seguramente tendremos la paz en nuestra alma y las bondades que se nos presentarán al trascender; sin embargo, me llama mucho la atención que dependamos tanto de una voluntad divina para nuestra vida.
Recuerdo una expresión “¡A Dios rogando y con el mazo dando!”, cuya explicación podríamos encontrar en la obra “Filosofía vulgar” (1568) del autor sevillano Juan de Mal Lara que señala la anécdota de un carro que sufre un percance en el camino y su dueño pide a San Bernardo que pasaba por ahí, su intercesión ante las divinidades para que se arregle, a lo que responde: “Yo rogaré a Dios, amigo, y tú entretanto da con el mazo”.
Y sin duda, está situación refleja una conducta común, nos encomendamos a seres divinos en espera de que se consoliden milagros, siendo que dispensamos nuestro esfuerzo por lograr nuestras metas en aras de nuestra pereza manifiesta.
Si queremos resultados que nos beneficien, es obvio que debemos ser diligentes con nuestros deberes, enorgullecer con nuestro compromiso a quien alabamos y no pretender que las cosas ocurran sin nuestra intervención.
Por fuerte que se lea esto, recuerdo en una ocasión que un profesor enojado por la manera que desdeñábamos el conocimiento y exhibíamos una supina ignorancia nos externó: “Jóvenes, no pretendan que Jesús se quite los clavos para que venga a estudiar por ustedes”.
Si esto lo extrapolamos a otros instantes de nuestras vidas, miramos con tristeza como en muchas ocasiones renunciamos a concretar las oportunidades que están a nuestro alcance o que con ahínco y convicción podemos lograr, por esperar un designio divino o peor aún, una exigencia impropia para una religión.
Es increíble, pero … ¡no hay explicación para quien renuncia a dar de sí, en aras de que se presente un milagro!
¡TODA UNA VIDA!
Vivir es una oportunidad y tener metas es un compromiso de vida.
La mejor manera de trascender es alcanzando todas y cada una de las metas que nos propongamos en beneficio de nosotros y de nuestros seres queridos; no sólo por lo que ellas significan sino por el ejemplo que damos al hacerlo.
Para muchos alcanzar un objetivo puede ser simple; sin embargo, hacerlo de acuerdo con nuestros valores, convicciones, conocimientos y sin lastimar a nadie, incluyéndonos a nosotros mismos, puede ya no sonar tan fácil.
Amar lo que queremos y así manifestarlo paso a paso debiera ser una actitud para seguir.
Ser muestra para quienes son nuestra influencia es un reto; toda vez que no bastará hacerlo bien, sino que requerirá espacio para compartir con ellos y hablar de los motivos y las razones que nos motivan.
Sin duda alguna que cuando nuestros observadores están en su niñez y juventud, el tiempo que nos tomemos para hacerlos parte de nuestro esfuerzo, no sólo les abrirá los ojos, sino también les dará motivos propios para conducirse por un camino semejante.
Hemos hablado tanto de divinidades que se nos olvida que el mayor regalo que al respecto podemos tener los seres humanos es el libre albedrío; es decir, el poder y la habilidad que se tiene para decidir libremente nuestro destino. Es un reflejo y consecuencia de la voluntad humana.
Por ende, no podemos culpar a ninguna deidad por lo que hacemos o dejamos de hacer; eso es de nuestra absoluta responsabilidad.
Tal pareciera que el conocer “Yo elijo, yo hago” es un deber que debemos entender que es inalienable e intransferible; cualquier acción distinta que se pretenda, constituye una falta a nuestra esencia humana.
Por más que acudamos a actos de fe o asistamos a sacramentos, sino hay el compromiso de acatarlos y vivirlos a plenitud de nada nos servirá.
La responsabilidad de un creyente es cumplir con su fe a cabalidad; entendiendo que de nada le servirá asistir a miles de actos sino hay la intención de observar el credo de nuestra elección.
Y a todo esto … ¿ERES UNA PERSONA DE FE?
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