El 25 de diciembre se celebra Navidad (del latín nativitas, «nacimiento»), festividad que conmemora el nacimiento de Jesucristo; los angloparlantes utilizan el término “Christmas”, derivado de “Christ’s Mass” (Misa de Cristo), mientras que en Francia se le llama “Noël” (del latin natalis, día de nacimiento).
Aunque la fecha exacta del nacimiento de Jesús no se encuentra registrada en la Biblia, el 25 de diciembre ha sido significativo en los pueblos de la antigüedad.
Algunas culturas creían que el Dios del Sol nació durante el solsticio de invierno en el hemisferio
norte (el 21 de diciembre), que es el día más corto del año, y que los días se hacían más largos a
medida que el Dios se hacía más viejo; los aztecas, por ejemplo, en el día del solsticio de
invierno celebraban el advenimiento (nacimiento) de Huitzilopochtli, Dios del Sol y de la Guerra.
Aprovechando la coincidencia de fechas, los primeros evangelizadores promovieron la
celebración de la Navidad y así hicieron desaparecer al dios prehispánico, pero
mantuvieron la celebración.
De manera similar, los romanos (tardíos) celebraban del 22 al 25 de diciembre la fiesta del “Natalis Solis Invicti” (Nacimiento del Sol Invicto), relativo a un Dios que venía a vencer la oscuridad. Moneda del Emperador Probo con una corona solar (circa 280), con el Sol Invicto y montando una cuadriga.
Otro festival romano llamado “Saturnalia”, en honor a Saturno, dios de la agricultura, cuya fiesta oficial era el 17 de diciembre y duraba cerca de siete días, e incluía el solsticio de invierno. Por esta celebración los romanos adornaban sus casas con plantas y encendían velas, además de que
posponían todos sus negocios y guerras, y se llevaba a cabo un intercambio de regalos para asegurar el regreso del sol y de la vegetación.
Por su parte, los germanos y escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, Dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol (de hojas perenes) que representaba al Yggdrasil o árbol del Universo, en cuya copa se hallaba Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín). Aquí se cuenta la historia del obispo inglés, San Bonifacio, aproximadamente en el año 700 d.C., quien al llegar a predicar a Alemania se encontró con la adoración a aquel árbol (incluso se dice que incluían sacrificios humanos), y lo derribó; habiendo evitado el sacrificio de un niño, y de de leerles el evangelio, seleccionó un
abeto “árbol de paz que representa la vida eterna pues sus hojas siempre son verdes”, lo adornó con manzanas (por la relación con la tentación del Jardín del Edén), y con velas, significando la luz de Cristo al nacer, y decidió llamarlo “el árbol del niño Jesús”. Se mantuvieron los días de fiesta, pero
ahora con un motivo diferente, y se dice que esa costumbre fue la que llevó al mundo a designar el 25 de diciembre como la fecha “oficial” del nacimiento de Jesús, y la “invención” del árbol de Navidad.
Otro de los elementos tradicionales de la Navidad es el personaje de “Papá Noel” (Papá Navidad), también llamado “Santa Claus”, derivado de “Sinterklaas”, nombre de la fiesta de Sint Niklaas (San Nicolás), que se celebraba en la colonia holandesa de Nueva Ámsterdam (hoy Nueva York).
De Estados Unidos salió el mito de Santa Claus que ya se ha extendido a todo el mundo.
Santa Claus es el personaje responsable de dejar regalos a los niños la noche del 24 al 25 de diciembre, aunque el original “San Nicolás” realizaba esta tarea el 6 de diciembre (Día de San Nicolás), por lo que en muchos países de habla hispana la tradición de los regalos navideños está representada mayoritariamente por el “Niño Jesús” o los “Reyes Magos”, en la noche del 5 de enero.
Ciencia y Cultura, hasta la sepultura.
Soy Victor M García de la Hoz, hasta la próxima
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